26 may 2010

Un cuento


HOY MATO A UN EDITOR

"No, por el momento", lo había escuchado decenas o cientos de veces. Era como "un lugar común" para las telefonistas de las editoriales. Se lo habían dicho de manera suave, casi susurrante, o cargada de una tonalidad esperanzada que hacía suponer una futura respuesta positiva. Las había escuchado también con un tono agresivo o fastidiado. Sentía que esas palabras golpeaban en sus oídos como un martilleo y le dolían, traspasaban la piel, se introducían en su corriente sanguínea y llegaban hasta su corazón. Había detestado miles de veces a esas mujeres indiferentes que destrozaban los sueños de los creadores, pero, en realidad, ellas eran sólo como autómatas que habían memorizado esas crueles palabras, no eran responsables.
Un día su bronca le dolió tanto que sintió que debía hacer algo. Era necesario vengarse, los culpables siempre eran los mismos y deberían pagar, eran ellos: los grandes editores. Ellos les habían ordenado a esas repetidoras, siervas del sistema capitalista, nefastas propagandistas de la globalización, que dijeran a todo escritor que ofreciera la lectura de sus originales:"No, por el momento". ¿Qué podía intentar frente a tanta crueldad? Se sentía impotente. Sin embargo, algo habría que hacer. Acaso se pudiera organizar una campaña informativa, a través de carteles callejeros, pero ¿a quién le importa lo que le pasa a los escritores? Lo mejor sería utilizar medidas más drásticas, quemando la mayoría de las editoriales o, por lo menos, ocasionándoles serios daños. Pero, ¿quién, entonces, volvería a editar sus libros? No creyó que encontrara adeptos que avalaran su propuesta, la mayoría de los autores eran tan serviles como esas empleadas, con tal de conseguir la edición de sus obras eran capaces de denunciarlo.
Pensó que su odio se estaba incrementando de tal manera que un día podía llegar a, movido por la furia, decidir matar a un editor, en especial, a uno de esas multinacionales. Allí la decisión acerca de la conveniencia sobre qué editar se resolvía en una mesa de marketing donde se consideraba como único valor lo oportuno del texto. La otra posibilidad de publicar en ese nivel de editoriales consistía en la amistad, u otro tipo de relaciones que el autor o autora mantuviese con alguno de los dueños del holding.
Cada vez le resultaba más obsesiva la idea de la venganza, tanto que, a veces, se despertaba pensando: hoy mato a un editor.

Los diarios de la mañana impactaron con la noticia que luego tuvo mucha difusión en los noticieros de TV. Más tarde, los medios se ocuparon de indagar sobre la vida del hombre asesinado, uno de los cuatro personajes más importantes del negocio editorial. Si bien Rolando Maidana era casado y con hijos adolescentes y no se le conocían escándalos, no se descartaba que pudiera tener una doble vida. Quizás escondiera una inclinación homosexual que podría deducirse de los últimos autores que había publicado: casi todos varones declarados o desconfiados de homo o bisexuales.
Ni siquiera se conjeturó en un crimen por venganza profesional, nunca se supo que un autor echazado se atreviera a matar a un editor, salvo en alguna historia. Como de costumbre – acaso por ser la hipótesis más simple- se optó por pensar en el crimen pasional, si bien no se descartaron otras posibilidades. La primera sospechosa fue la esposa, pero tal vez podría ser un varón traicionado en sus intereses, alguien que hubiera otorgado sus favores sexuales a cambio de una edición de sus libros o un empleado que esperara obtener algún beneficio importante en la empresa y una de ambas promesas no habría sido satisfecha. Los diarios sensacionalistas se regodearon escarbando en estas últimas opciones. Pero la policía tenía serias dudas, ya que el individuo había sido asesinado de dos tiros pero, además se le había amputado el dedo meñique de la mano izquierda y tenía tajos en el rostro. Estas últimas marcas remitían a un crimen mafioso, aunque también podía ser la obra de un psicópata que intentaba desorientar la investigación. El cuerpo se encontró en el departamento que el hombre utilizaba como escritorio privado.
Cuando, aproximadamente un mes después, apareció el segundo editor muerto en su lujoso auto, abandonado en una oscura cortada, casi con las mismas características que el anterior, la policía se decidió a descartar la hipótesis del crimen pasional y los diarios sensacionalistas compitieron llevando al absurdo historias cada vez más intrincadas y escabrosas. En realidad, al margen de los signos semejantes en sus respectivas muertes, lo único que estos dos hombres asesinados tenían en común era que habían manejado las empresas editoriales más importantes del país.
Fue después de este segundo asesinato, un poco para ayudar a un amigo mío, escritor aficionado de historias policiales, y al ser mi oficio la investigación criminal, que me puse a averiguar los hechos. Si mi intuición no fallaba y excepto que la policía descubriera al asesino, lo que era bastante improbable, pronto aparecerían muertos los otros dos editores que manejaban las empresas más importantes del ramo en el país y, acaso con las mismas características.
En menos de veinte días se halló en un cuarto de hotel muy exclusivo al tercer editor asesinado. Todos estaban muy desorientados. No había rastros ciertos que llevaran hacia un culpable. Mi amigo, lector compulsivo de novelas policiales, sostenía que la homicida era la mujer del primer editor muerto, conocida por todos ellos lo que le facilitaba el acceso sin que ninguno desconfiara y, agregaba, que ella había matado a su marido para vengar su infidelidad. El resto de los crímenes habrían sido perpetrados para esconder el primero, suponiendo que nadie repararía en la trampa. El razonamiento de mi amigo, aunque no me convencía, podía ser válido. Sin embargo, su teoría hizo agua cuando, precisamente, un cadáver cuyo rostro era irreconocible, se encontró ahogado flotando en un riacho, con indicios de haber sido arrastrado hasta allí y sin marcas de balazos en su cuerpo, luego que el cuarto editor hubiera sido denunciado como desaparecido por los directivos de la otra importante empresa editorial. ¿Cómo pudo una frágil mujer arrastrarlo hasta allí, luchar con él y ahogarlo? Deseché la colaboración de un cómplice en alguien tan astuto que había logrado hasta entonces desorientar a policías altamente entrenados.
Para abocarme al caso comencé por eliminar las posibilidades más obvias, y me ocupé de consultar a algunos de los amigos que había obtenido a través de los años en la profesión. Me interesaba saber si todas esas editoriales tenían algo en común en cuanto a su patrimonio, sus dirigentes o su origen. No tardé en enterarme de que todas ellas habían estado relacionadas con una "altruista" sociedad sin fines de lucro que ayudaba a niños desvalidos y desnutridos provenientes de las provincias más pobres. Esta asociación tan ambigua me hizo sospechar. No creía que estos grandes fabricantes de "éxitos literarios", que disponían de los medios publicitarios escritos y televisivos, pudieran tener relaciones con tan nobles personas. Al internarme en la investigación de dicha asociación, comprobé que sólo existía en la guía de teléfono, después descubrí que en Internet también figuraba. Parecía disponer de mucho capital proveniente de enormes ganancias obtenidas en tareas muy lícitas y en donaciones, algunas llegadas de países muy lejanos, el dinero era noblemente utilizado para ayudar a estos pobres niños. Pronto averigüé que, en realidad, esta asociación sin fines de lucro era inexistente en su función específica. Entre sus directivos aparecía un tal Juan R. Hernández, un nombre que yo creía haber escuchado alguna vez cuando asistí a la presentación del libro de un amigo mío. Sí, se trataba del mismo. A partir de aquel descubrimiento me ocupé de seguir los rastros de Hernández que, comprobé, había sido, sucesivamente, director de ediciones de las cuatro editoriales más poderosas. Esto, estaba seguro, no podía ser casual.
Cuando conocí el nombre del supuesto editor ahogado, identificado por las pruebas forenses, y supe que se trataba del desafortunado director de ediciones y no del editor gerente como había hecho suponer la denuncia de la empresa editorial, y que la inexistente y altruista compañía sin fines de lucro estaba sospechada de ser una herramienta utilizada para el lavado de dinero proveniente de la droga, todo se hizo claro para mí.
Evidentemente, el desdichado empleado, conocía bien estos negocios pero cayó en desgracia y fue desplazado de su puesto: primero amenazó con delatarlos y, al no ser tenido en cuenta, cometió los tres crímenes. La venganza es uno de los móviles que más a recorrido la historia criminal. Finalmente fue víctima de un asesinato por encargo de los mismos que habían sido sus empleadores.
No me sorprendió que los principales diarios destacaran la actitud de los directivos de las potentes editoriales que en el entierro de Hernández le habían brindado un homenaje póstumo a la "irremplazable pérdida de tan fiel y noble empleado" y habían otorgado a su viuda una pensión vitalicia.
Por mi parte no conseguí probar quiénes fueron los responsables de ese delito, ni menos aún la asociación ilícita de éstos con la supuesta sociedad benéfica. Sin embargo, sí tuve éxito para demostrar la inocencia de un pobre escritor, a quien se le imputaban los crímenes y yo le ofrecí mis servicios de abogado. Se trataba de un autor poco conocido, cuyo texto aludiendo a su deseo de matar a un editor había sido enviado por Internet a un amigo. De alguna extraña manera éste llegó a las computadoras del Departamento Central de Policía y, como parecía una confesión, el infeliz fue rápidamente individualizado, detenido y acusado de los asesinatos. Él quedó libre y, superado el mal trago, la fama que adquirió le sirvió para que varias editoriales, aprovechando el momento, le ofrecieran publicar sus libros.
No he vuelto a ver a mi defendido pero, me contaron que, a pesar de sus convicciones anteriores, aceptó el ofrecimiento de una importante empresa editora. He preferido olvidar el nombre del individuo que fue condenado por el crimen de Hernández, en cuanto a los tres editores asesinados, los expedientes de dicha investigación duermen en los archivos de los Tribunales centrales.
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Publicado en Internet en "Resonancias.org" "-Resonancias literarias. Publicación enfocada en el arte y la literatura latino- americanas. N° 63. Jueves 22 de febrero de 2007.
http://www.resonancias.org/ns/index.php

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