20 ago 2010

Cuentos de la dictadura

EL ÁNGEL DE LA CÚPULA*


“¿Pero qué es la historia de América sino
una crónica de lo real maravilloso?”
Alejo Carpentier, El reino de este mundo.



Rostros de hombres y mujeres me miraban desde la cúpula. Bellos, realmente bellos. Pertenecían a los hermosos murales que muchos años atrás habían pintado talentosos y reconocidos artistas plásticos, en las Galerías Pacífico.
En su época más floreciente- que yo recuerde- las Galerías poseyeron locales que se utilizaban, en su mayoría, para exposiciones de pintura y aunque hubo otros de carácter más comercial, guardaban relación con la estética del lugar. Hacia fines de los 70 apareció en un extremo, debajo de la cúpula, una confortable sucursal de los Ferrocarriles Argentinos, donde yo solía ir a sacar pasajes para viajar a Mar del Plata con mi familia. En los 80, después de la derrota de Malvinas, se la llamó “Centro Cultural Las Malvinas”. En ese tiempo se la empleó para hacer algunos espectáculos. Las paredes se cubrieron con exposiciones de cuadros de dudoso valor artístico. También se habilitó una salita donde se proyectaban videos de promoción literaria y turística. Algo había que denotaba una suerte de deterioro en el gusto y en la conservación. La confortable sucursal de los Ferrocarriles empezó a presentar signos de prematuro envejecimiento y descuido. Pronto las galerías de arte se trastocaron en otros locales de exposición y venta de tapices de escasa calidad. A menudo invadía todo el ámbito una música estridente. Hasta vi, una vez, que en la entrada que daba a Florida- la otrora calle europea y aristocrática de Buenos Aires-, se repartían volantes promocionando un restaurante vegetariano. A pesar de todo, desde la cúpula los rostros de la belleza me seguían mirando.
Un día, después de la euforia por la llegada de la democracia, entré casi por costumbre y me dirigí hacia el centro. Me detuve antes a mirar un cuadro en la pared lateral. Fue la primera vez que oí aquel sonido. Me di vuelta y observé al hombre que, detrás de mí, miraba la insólita pintura. Estaba absorto. Parecía no haber escuchado nada. Extrañada, seguí mi camino pasando por la pared central y, al fijar mi mirada en la cúpula me pareció observar un ángel que no recordaba haber visto antes, pintado en los murales. Tenía una expresión de tristeza. Doblé. Me paré ante un cuadro titulado “Myself” (Yo mismo, aclaraba). Era demasiado abstracto para mí, representaba un punto celeste colocado en el centro de un fondo azul que hería mis ojos. No podía entender cómo eso estaba ubicado en lugar preferencial, cerca de los murales pintados por los maestros Berni, Castagnino, Colmeiro, Spilimbergo, y Urruchúa. Ya me iba, renunciando a comprender su significado y pensando que me traía a la memoria los dibujos infantiles, excepto que los niños no usaban colores tan agresivos, cuando algo me paralizó. Aquel ruido que antes había oído se tornó más fuerte, y me pareció, estaba casi segura, de que no se trataba de un simple sonido sino de un gemido. Me estremecí. ¿Qué pasaba?
Era de tarde. Había poca gente en las Galerías. Miré alrededor de mí. El hombre que hasta entonces casi siguiera mis pasos, ya había desistido y se dirigía con celeridad a la salida de la calle Florida. Vi además a una señora que se encaminaba hacia la puerta que daba a Córdoba, y se detuvo frente a una tienda que habían instalado últimamente y que tenía unos precios carísimos.
¿No vendría el sonido de la sala de videos? No, imposible. Además, en ese momento recordé que abría a las siete de la tarde y eran poco más de las cuatro. ¿Sería una ilusión auditiva? ¿Tendría razón mi novio que me decía que a veces no oía bien y que debería hacerme revisar? Siempre pensé que era una broma. Nunca se notaba cuando Horacio hablaba en serio. A esta altura de mi carrera no sabía aún si el que oye mal puede creer oír lo que no existe. Estaba inmovilizada frente a ese cuadro. ¡Pensar que Velázquez había pintado “Las Meninas”, Van Gogh “Los botines”, Degas “Lección de danza”, Seurat “El circo”, Portinari “Muchacha mulata”, etc, etc, etc.! Y yo estaba condenada a no moverme de allí, porque me paralizaban la sugestión y el miedo. Me armé de coraje y caminé hacia mi izquierda. Me topé con otras pinturas menos conflictivas aunque igualmente malas.¿Quién autorizaba esas exposiciones? Era una irreverencia, sobre todo cerca de los murales de los maestros. Salí por Viamonte. Di vuelta y seguí por Florida hacia Corrientes. Al fin entré en un bar a tomar café. Todavía me duraba la impresión. Saqué mis apuntes y me puse a leer, tenía un parcial en pocos días.
A las siete fui a buscar a Horacio a su trabajo. Como sus padres habían venido a visitarlo desde Rosario tuvimos que ir a un hotel. Hicimos el amor y como siempre fue maravilloso. Mientras descansaba encendí un cigarrillo, y en la dulce complicidad de la cama le conté lo que me había pasado en las Galerías Pacífico. Me contestó que en lugar de estudiar Medicina debería haberme dedicado a escribir, ya que tenía tanta facilidad para imaginar y fabular. Me enojé apenas levemente, porque dudaba de mis propias sensaciones.
El día siguiente era sábado y tenía que reunirme con unos compañeros para estudiar desde temprano, así que no pensé más en el asunto. Esperaría al lunes para volver, y no se lo contaría a nadie. De mañana no podría ir porque tenía clases en la facultad.
No sé si fue casualidad pero volví a la misma hora. Esta vez entré por Córdoba y me deslicé con lentitud pasando por delante de los negocios nuevos, que no me parecían precisamente los más apropiados para un espacio que albergaba una galería de arte. Por ejemplo: la juguetería que tenía un robot en la entrada o la lencería de ropa fina para damas, entre otros. Aunque era lunes, había más gente que el viernes. Pasé el centro y me dirigí al sitio en el que estaba el cuadro fatal donde había escuchado el gemido. Nada pasó. Entonces Horacio tenía razón, se trataba de una impresión mía. Recorrí apresurada la galería de cuadros que daba a Florida, de ambos lados, y no oí nada. Antes de irme me volví a parar bajo la cúpula para admirar su belleza y en ese momento ocurrió. Me pareció ver que el mismo ángel del otro día ahora lloraba. Sentí que un río helado corría por mis venas. Percibí un sonido arrastrado, forzado. Escuché. Era la voz de una mujer que hablaba, algo así como un pedido de auxilio. Me nombraba:-“¡Helena!”-. ¡Dios mío! ¿No me estaría volviendo loca?
Cuando recobré la serenidad, miré a alrededor de mí y divisé a una señora arrastrando a un chico de poca edad que se aburría-como yo- de los cuadros colgados en las paredes. Con seguridad esperaban el horario para mirar los videos. También vi a dos adolescentes con útiles que, supuse, se habían “hecho la rabona” al colegio. Había un señor formal con portafolios. Oí detrás de mí y luego vi a dos jovencitos que se reían y conversaban en voz alta. Pero, ¿cómo nadie había notado nada? Sólo yo.
Unos minutos después el lamento se hizo más fuerte e intenso:-“¡Helena! ¡Ayuda!”. Me tapé los oídos. De pronto, la estridente música me ocultó la voz. Las piernas me temblaban. Dos lágrimas cayeron de mis ojos. Sentí más que miedo un dolor profundo.
El martes me encontré con mi novio, no le conté nada. Algo me decía que debía guardar silencio. Se me ocurrió que era un secreto. En algún momento Horacio me dijo que me notaba rara, le hice un chiste y no insistió.
El miércoles, cuando volví a las Galerías, fui directamente a pararme debajo de la cúpula. Caminé como quien espera a alguien. Me pareció que el dueño del negocio de videos me sonreía como reconociéndome. Desvié la mirada y me dirigí a la en otra época confortable y ahora alicaída Oficina de Información y Venta de pasajes, de Ferrocarriles Argentinos. Me paré frente a la vidriera como para observar los comunicados. De pronto, la voz volvió: “¡Helena, ayúdame!” Y luego continuó- “Tengo veintidós años – hizo una pausa-. Me llamo Laura”. En ese momento parecía que la voz se había agotado, pero habló otra vez-. “Me tienen prisionera”. Y después percibí algo así como un golpe.
Otra vez mis piernas se aflojaron. Estaba obnubilada. No podía pensar. Escuchaba voces. Era seguro que me estaba volviendo loca. ¡Veintidós años! ¡Mi misma edad!¡No ¡ ¡No podía ser! Se trataba de una ilusión auditiva. No tenía a quien contarle esto. Mis padres no me creerían, a lo sumo me mandarían a que consultara a un médico. Horacio terminaría por aburrirse de mí, yo lo amaba. ¿Por qué nadie oía lo que yo escuchaba?
Esa noche, a pesar de haberme tomado una pastilla para dormir, no recetada- lo confieso-, soñé con Laura. En mi sueño era una muchacha muy parecida a mí, como yo también estudiaba Medicina. Actuaba como una especie de dirigente, siempre defendía a los compañeros con problemas. Así se me apareció organizando una manifestación de protesta porque nos revisaban bolsos y carteras en la entrada de la facultad, y porque nos habían cambiado arbitrariamente una fecha de examen. Dicen que en los años de la dictadura militar ocurrían esas cosas. O sea, que aunque yo aparecía en el sueño, éste se refería a esa época. De repente, todo cambió, ella estaba en un lugar oscuro, impreciso, y gritaba porque alguien la sometía a un tormento con electricidad. Por suerte me desperté. Puse la radio bajita y escuché música suave. Me dormí cuando ya había amanecido.
A la mañana, una conjetura se introdujo en mi atormentada cabeza. En los tristes días del Proceso habían “desaparecido” muchos estudiantes de mi facultad. Yo había llegado después, con la democracia, y no sabía casi nada de eso, no obstante, me propuse averiguar.
Se confirmaron mis sospechas: en la Facultad de Medicina, a la que yo asistía, había existido una Laura, luego desaparecida. Ella era, en cierta medida, una activista que siempre daba la cara por los demás. Estaba afiliada a un partido de izquierda, aunque, según me dijeron, era más bien una revolucionaria utópica porque odiaba la violencia. Cuando se la llevaron tenía veintidós años.
Con mi novio jamás hablábamos del tema de los desaparecidos. No éramos indiferentes, supongo, aunque nunca habíamos ido a una manifestación, de las que realizaban los organismos de derechos humanos para pedir castigo a los culpables. Yo me dedicaba a estudiar y él estaba haciendo una buena carrera en la empresa en que trabajaba. Nos casaríamos en dos o tres años más.
No, no le contaría nada de lo que había sabido. Pero, ¿podría cargar con todo eso yo sola?
Tardé una semana en reponerme. Necesitaba conocer más, busqué información. Me enteré de que en el tiempo de la dictadura militar habían existido trescientos cuarenta centros de detención clandestina, donde se torturaba y mataba a los subversivos al orden establecido y a los supuestos subversivos. La tarde del jueves, por primera vez, como ya había dado el examen a la mañana, fui a la marcha que las Madres de Plaza de Mayo realizaban todos los jueves alrededor de la Pirámide. Fue una sensación distinta. No se lo conté a nadie.
El viernes me animé y acudí a mi cita con Laura. Debajo de la cúpula, el ángel se puso una mano en la boca indicándome que guardara silencio. En ese momento me di cuenta: el ángel era el que me abría la puerta para oírla. Siempre había sido así y yo recién entonces lo comprendía. Esta vez su voz era muy tenue. Me dijo:-“¡Gracias, Helena! ¡Gracias por escucharme! Yo estoy muerta. Me mataron. No me olvides.”- Y después, en un último esfuerzo agregó:-“No te arriesgues. No vengas más a escucharme, vos también estás vigilada. ¡No te arriesgues!” La voz se silenció. Miré hacia enfrente. El dueño del negocio de videos me observaba, y esta vez no sonreía.

El tiempo ha pasado. Estamos en junio de 1990. Yo me he recibido de médica y Horacio es subgerente de la empresa en que trabajaba. Nos hemos casado a fines del año pasado. A veces, cuando cierro los ojos para dormirme, en la plácida felicidad del lecho compartido, me parece ver la cúpula de los maestros y, asomándose, el rostro de un misterioso ángel junto al de una joven, algo parecida a mí, que me sonríe. No he vuelto a escuchar su voz. En el diario de esta mañana he leído una noticia sorprendente, dice que las cárceles clandestinas de la época de la dictadura militar no eran trescientas cuarenta sino trescientos cuarenta y una. La última se descubrió en estos días, cuando las tareas de remodelación que se están haciendo para convertir las Galerías Pacífico en un importante centro comercial, permitieron ver, en el segundo subsuelo, verdaderas celdas donde todavía hay fechas y nombres de ese tiempo escritos y perforaciones en las paredes, y hasta algún zapato quemado. Dicen que las Galerías Pacífico fueron un lugar ideal para esas actividades porque la acústica amortiguaba todos los ruidos.

Los días 8 y 9 de junio de 1990, los diarios de Buenos Aires “Sur”y “Página/12” informaron y fotografiaron el hallazgo, en los trabajos de remodelación, de otra de las cárceles clandestinas de la dictadura militar, en el subsuelo de las Galerías Pacífico.



(*) Publicado en Internet: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/ortiz_carmen/index.htm

19 ago 2010

Un cuento

JE T`ATTENDRAI *


Recordé tus últimas palabras dichas diez años atrás. Acaso, a pesar de ser argentino, como yo, me las dijiste en francés porque estábamos en París, que era donde vos vivías y yo paseaba.”Je t’attendrai”-, me dijiste. Sin embargo no había amor en tu tono. Me aseguraste que me esperarías por ser gentil, por si volvía allí. Yo retornaba a Buenos Aires al día siguiente. No comprendiste lo que despertabas en mí y era casi increíble, sólo te había visto dos veces una, compartiendo el asiento del avión, del que bajé en Madrid y en el que seguías hasta París y otra, casi un mes después, cuando terminé mi periplo y llegué a París y decidí llamarte por teléfono el día anterior a mi regreso.
Me acuerdo que nos encontramos en Montparnasse. Más tarde, desde Buenos Aires, te escribí. No me contestaste.
Pero yo necesitaba continuar la historia. Como soy escritora te imaginé como personaje de una novela. Él se llamaría Christian, como vos, tendría tus mismas características: tu belleza, tu pelo sedoso y tus ojos profundos y oscuros, tu misma profesión, sería argentino y viviría en tu misma calle.
En mi novela yo podría desarrollar todas mis fantasías, podría vivir a tu lado y amarte cuantas veces quisiera. Contaría tu historia, lo que yo sabía y lo que me había imaginado, nuestros encuentros reales y nuestro amor y convivencia posteriores, ficticios. La novela estaría dedicada a vos, con tu nombre y apellidos verdaderos.
Cuando se editó el libro, los lectores encontraron algo novelescos nuestros encuentros, los reales, y aceptaron sin retaceos el resto de la historia, la inventada. No me importó usar tu nombre y vivir con vos a mi antojo el amor en el personaje de la escritora, que tanto se parecía a mí. París estaba tan lejos de Buenos Aires. Nunca te enterarías.
En diez años no he vuelto a esa ciudad. Mi novela fue un éxito, pero no llegó a las librerías francesas. No se tradujo a ese idioma. No te enterarías nunca del amor que vivimos en letra de molde. El amor de Christian y Marietje.


Hace unos días, caminando por el centro de Buenos Aires vi un anuncio en un afiche, se refería a una conferencia de un especialista, en lo mismo que vos lo eras. A mi memoria vino tu recuerdo. Mis ojos se negaban a mirar el nombre del profesional. Tuve miedo. No sé si por la persona o por el personaje. Y sí, era cierto. Se trataba de tu nombre y decía que venía de París.
Algo ocurrió dentro de mí, vos estabas congelado en mi pasado. Sin embargo, hice un esfuerzo y te llamé por teléfono al número que se indicaba. No te acordabas de mí, lógicamente. Pero cuando te expliqué me dijiste que me esperabas en la reunión. Recordé: “Je t’attendrai”
La curiosidad y el temor me llevaron a ese lugar. Desempolvé el antiguo sombrero de fieltro negro y ala ancha que había comprado en París, diez años atrás, para usarlo. Traté de verme más delgada- como era entonces- aunque sólo conseguí disimular con ropa oscura algunos quilos. ¿Cómo estarías?
Rememoré nuestro encuentro y luego busqué mi novela y leí las páginas de las apasionadas escenas de amor Christian y Marietje. ¿Cómo habría sido si hubiese ocurrido realmente? ¿Cómo nos habríamos amado? Temía. No sabía bien por qué. Estabas tan unido a mi mundo novelesco que me costaba separarte y colocarte en el cotidiano. Me asustaba que perdieras tu misterio.
Fui al lugar que me indicaste. Había bastante gente y tardabas en llegar. Varias veces estuve a punto de irme. Finalmente viniste.
El ambiente era muy loco, extraño y en cierta medida correspondía a una imagen tuya que acaso tuve cuando te conocí y que luego modifiqué en mi novela dándole un carácter más romántico, diría, menos corriente. Allí estaba la cuestión: dudaba de encontrarte, a pesar de tu larga residencia en Europa, a la manera argentina. En el avión eras una incógnita, luego en París te vi envuelto en el clima lejano y fantástico de la hermosa ciudad francesa, en su niebla, en su frío, en sus copitos de nieve y en sus techos negros y sus cúpulas hacia el cielo.
Te vi en la reunión. Nos miramos casi sin reconocernos. No se trataba de una conferencia. ¡Ese espectáculo impreciso era tan distinto de lo que yo había escrito en mi libro! Vos eras diferente, menos lejano, menos esquivo, quizá demasiado accesible. Me pregunté si me hubieras interesado e impresionado como para recrearte en una historia ficticia si diez años atrás te hubiese conocido como te mostrabas ahora. La angustiosa e inocultable respuesta era “no”.
Me fui antes de que terminara la función, sin despedirme de vos. Al salir del lugar, alumbrado con luces azules y poblado de jóvenes estáticos y adultos asombrados, cerré los ojos e imaginé aquel encuentro y tus últimas palabras. Tal vez pudiéramos hallarnos en otra fracción de espacio y tiempo en que ambos pudiéramos sorprendernos con la presencia del otro. Esto era- cómo diría sin ser cruel- una burda realización de algo que imaginé sutil.

La otra noche vi a Christian caminando por Buenos Aires, llevaba puesta la campera de cuero negro que tenía diez años atrás cuando nos conocimos a bordo del avión, la misma mirada penetrante llena de prometedores destellos. Era tan hermoso como entonces e inexplicablemente en todo ese tiempo no había envejecido nada. Se detuvo al verme, fascinado.
-¡Marietje! - me dijo emocionado-. No pensé que pudiera volver a encontrarte tan pronto. ¡ Esto es fantástico!
Me extrañó que me llamara por el nombre de mi personaje y no por el mío verdadero, acaso habría leído la novela. Por mi parte, lo vi tan igual al que me había dejado en Montparnasse, que sólo atiné a decirle:
- ¿Vos aquí?
- Sí, querida, estaba demasiado triste allá. Me sentía solo.
Estaba sorprendida de que me dijera “querida” con tanta calidez en realidad no habíamos tenido ninguna intimidad.
- ¿Y tu trabajo, Christian? ¿Pensás en quedarte en Buenos Aires?
- Me abandonaste. ¿Te acordás?
“Me abandonaste”, dijo, y yo no podía entender. Yo jamás lo abandoné porque jamás hubo nada entre nosotros. ¿Qué estaba pasando? En la novela sí, allí la escritora abandona a Christian después de largos meses de amor, para volverse a Buenos Aires. ¿Con quién estaba hablando?
No sé por qué parecía haberse borrado para ambos la noche de la reciente conferencia-espectáculo. ¡Es que había cambiado tanto desde entonces! Parecía que todo el tiempo hubiese vuelto atrás contradiciendo las leyes naturales. -¿Recordás?- me dijo- je t’attendrai, te dije cuando me dejaste en París, pero me cansé de esperarte.
Con esas palabras en francés terminó mi encuentro en Montparnasse con Christian y las mismas palabras decía mi personaje cuando se despedía de Marietje en el aeropuerto Charles De Gaulle. ¿Con quién estaba hablando? No me dio tiempo a averiguarlo porque me tomó en sus brazos y me susurró:
- Vine a buscarte. No creo que me hayas olvidado, que ya no me ames, que te niegues a completar nuestra historia.
Me aferré a él y nos besamos con pasión. Lo acompañaría adonde me llevara, me latía el corazón aceleradamente. Dejé de preguntarme con qué Christian estaba.




*Publicado en Rev. “Letras de Buenos Aires”, Año 15, Nº 32, Octubre de 1995, Buenos Aires.
* Publicado y traducido al inglés en “Santa Bárbara Review”, Volume 4, Number 3, Fall / Winter 1996, Santa Barbara, California, USA.
* Publicado en “Hojas Literarias”, Nº 14, Abril-Mayo y Junio 1996, Barcelona, España.-




Un michi pensante


18 ago 2010

DE AMANTES Y JUEGOS CRUELES



JUEGO CRUEL

Sola y perdida
con mi soledad por compañera
con mi soledad que se acuesta
junto a mí en la cama
con esa soledad mordiente
que te desplaza en mi costado
mientras vos,
escondes a otra mujer entre tus brazos
penetras en su cuerpo
sin pensar en mis deseos
ni en mi piel
ni en mi pelo
entretienes tus manos en otros senos
otra risa se pega a tu cabello
y con otra mujer compartes ese orgasmo,
el que me prometió tu mirada
tus manos tus ocultos espasmos
la elocuencia de tus silencios
y tus simbólicas palabras
y más aún
tu mente que no consigue borrarme
del recóndito clamor de tus entrañas
entonces,
sola y perdida
me escondo yo también en otros brazos
y sólo por no sentirme desgarrada
ni tan inútilmente harta de abrazar el aire
entro en tu juego cruel
y te suplanto.

15 ago 2010

DEL SENTIR

¿Cómo se llama?


Te pregunto:¿Cómo se llama lo que me produce tu cercanía? ¿Cómo nombrar esta revolución que me sacude cuando me hablas, de cierta manera; cuando me observas y me miras, de cierta manera? Algo se siente en el aire casi inmaterial, algo confuso y agradable que está pasando, tácito, oculto.
Paremos, te ruego. Los dos sabemos que hay que parar con estas no ocurrencias, de cierta manera. Paremos. Ese algo que es una presencia que no queremos ver, pero que ninguno de los dos ignoramos, terminará por imponerse y nada podrá detenernos. Nada. No pensemos. No escuchemos lo que nos seduce del otro. No miremos aquello que está tan prohibido como pisar el césped de las plazas públicas, porque si lo pisamos nos convertiremos en infractores y estaremos presos de la culpa. Por favor, no respondas a mi pregunta.
Ambos sabemos cómo se llama.

4 ago 2010


Julio Cortázar, una estética de la búsqueda, Bs. As: Almagesto (1994)

"¿Por qué volví?¿Por qué tenía que volver a mi isla donde conocí una
soledad tan diferente, volver para encontrarme todavía más solo y
oírme decir por mi propio criado que toda la culpa era mía?"
Adiós ,Robinson

(Julio Cortázar una estética de la búsqueda, p.9)




EL RESTO NO ES SILENCIO
Bs. As., Torres Agüero, (1989)


“Anochece. Un grupo de mujeres de cierta edad, con pañuelos
blancos en la cabeza giran alrededor de la Plaza de Mayo. Están
tan mimetizadas con el lugar que no parecen reales”.
(p.174)

LAS MUJERES FATALES SE QUEDAN SOLAS
Bs. As., Almagesto, (1998)

“Teníamos avidez de toda clase de experiencias, queríamos
vivir un amor total […]Nuestros cuerpos jóvenes querían
sentir el goce en cada poro de la piel”
(pp. 17-18)